Se
considera este siglo como el nacimiento de la medicina moderna, con el establecimiento
definitivo del método científico como principal vía de descubrimientos y
avances en este campo, dejando así atrás otros caminos menos ortodoxos y con
raíces más tradicionales como la creencia en chamanes, curanderos y
charlatanes, conducta predominante durante todo el siglo XVIII. Sin embargo,
habrá que esperar hasta mediados de siglo para poder observar estos cambios, ya
que las primeras décadas de éste son tan solo una continuación de los logros
médicos del siglo anterior, en concreto la instauración de medidas higiénicas
(eliminación de los malos olores de alcantarillas y basuras) y el
abastecimiento de agua potable a toda la población se convirtieron en los dos
pasos más importantes en la lucha contra la enfermedad y el contagio de
enfermedades. La medicina preventiva iba abriéndose paso en una sociedad
bulliciosa y deseosa de cambios, recordemos que nos encontramos en años
posteriores a la Revolución Industrial que sacudió a Europa en todo tipo de
ámbitos: social, económico y demográfico, la población iba creciendo y se hacía
necesario cada vez más prevenir las enfermedades, ya que curarlas era demasiado
trabajoso y peligroso, no obstante, los avances en estos primeros años del
siglo XIX se notaron poco, porque aún había problemas con la correcta
evacuación de aguas residuales y epidemias puntuales (en 1854 Londres fue
víctima de más de 14.000 casos de cólera entre su población con más de 618
muertes, por ejemplo, en menos de un mes).
Archive for 2014
Madame Bovary - Flebotomía.
1. Flebotomía:
Definimos la sangría o
flebotomía como la pérdida deliberada de sangre a través de la piel o los
tegumentos mediante el corte o punción de los vasos sanguíneos. El término
flebotomía proviene del griego “phlebos” que significa vena y “temnein” cortar.
El origen de esta práctica es incierto, quizás los hombres prehistóricos al ver
que los malestares premenstruales se aligeraban con la pérdida de sangre,
asociaron esto a una mejora en la salud pero sorprende como fue practicada
durante muchísimos siglos, sobreviviendo a nuevos avances médicos y formas de
pensamiento. Así al principio, la sangría, junto con otros tratamientos
médicos, tenía un carácter casi de rito ceremonial, y se realizaba siguiendo
dos líneas de creencia: en la primera, la sangre era considerada como esencia
vital y portadora de vida y por tanto, su ofrenda se consideraba un importante
sacrificio y una ofrenda preciosa; en la segunda se tenía en cuenta a la sangre como portadora de entes maléficas
responsables de las enfermedades y se justificaba su extracción como método
curativo. Dejando de lado su origen y sus posibles funciones primitivas, las
flebotomías son un constante en las civilizaciones antiguas como sacrificios
voluntarios y ritos de purificación, desde el año 2500a.C, tal como aparece en
el papiro de Ebers, ya se practicaba en el Antiguo Egipto aunque se desconoce
su función pero también se practicaba en la India Antigua, aparece en los
libros de los Vedas con antigüedad de entre 4000 y 3000 años, en la China
primitiva a partir del siglo III a.C y en la cultura japonesa a partir del
siglo VI d.C.
También se utilizaba al
otro lado del océano Atlántico, en las cultura Inca y la Azteca, en la que los
sacerdotes se auto sangraban a través del uso de espinas o cuchillos. La
sangría fue introducida en Grecia a partir de Diógenes de Abdera, que en la
escuela de Crotona fue profesor de Hipócrates, que con su teoría del “Hábeas
Hipocraticus” expuso la teoría de los cuatro humores: sangre, bilis amarilla,
bilis negra y “flegma” que se originaban en el corazón, hígado, cerebro y bazo
de manera correspondiente. De sus alteraciones nacían las enfermedades, a
partir de esta teoría la sangría es practicada como un acto terapéutico
racional, perdiendo su aura de rito religioso, para recuperar el equilibrio
humoral perdido. Este acto terapéutico pretendía extraer la flema pútrida e
impura, realizándose al mismo lado del cuerpo y cerca del foco de putrefacción.
Esta técnica también se
realizó durante el Imperio Romano y aparece descrita su función, manera de
realizarse, algunas indicaciones y consejos en un tratado escrito por Aurelio
Cornelio Celso, que creía que podía ser realizado a cualquier persona fuese
cual fuese su sexo o edad. También Galeno hace referencia a la sangría,
recetándola para neumopatías, y añadió a la teoría de los humores su propia teoría del “vitalismo” donde afirmaba
que la sangre era algo más que un líquido nutritivo y que engendraba la esencia
espiritual del hombre: fluyendo desde el hígado al corazón y al cerebro
adquiría una trinidad de características espirituales gracias a la combinación
de órganos por los que pasaba. Luego con la caída del Imperio Romano, los
árabes heredaron esta práctica de la medicina griega, pero cambiaron la
metodología: realizaban la punción al lado contrario de donde se encontraba la
afección como efecto revulsivo. Avicena la incluyó en su obra “Poema de la
Medicina” en un capítulo sobre la cirugía de los vasos.
Durante le Edad Media, la sangría fue practicada
por los clérigos, a algunos monjes se les practicaban hasta cinco al año,
aunque a partir del siglo XII la Iglesia prohibió cualquier técnica que
supusiese la pérdida de sangre. Sin embargo, la sangría no se perdió y en la
primera universidad occidental de medicina, creada en Salerno, la recetaba como
remedio a una amplia gama de enfermedades, aunque también llamaron a la prudencia
e instaban a los doctores de no extraer excesiva sangre ni demasiada poca
tampoco y medir cuál era la cantidad adecuada para la extracción teniendo en
cuenta la edad, el vigor del paciente y temperatura y época del año. Esta
práctica se extendió por toda Europa y se convirtió en un tratamiento continuo
y típico, en algunos sitios como Brujas, en Bélgica, la sangría era tan popular
que había sitios en los que la gente se agolpaba para realizarlas y tirar la
sangre recolectada, lugares popularmente llamados como “vertederos de sangre” y
las extracciones iban desde los 120 ml de sangre hasta un litro entero.
En los primeros siglos de la Época Moderna (siglos
XV y XVI) la sangría se convirtió en un tratamiento médico de uso obligado y
universalmente utilizado para todo tipo de dolencias, por lo que se considera
que durante esta época se vertieron auténticos ríos de sangre, su uso era tan
común que incluso el segundo texto médico que salió de la impresora de
Gutenberg era un calendario de sangrías en 1462. La práctica de sangrías se
mantuvo inamovible durante siglos, en el siglo XVII se le consideraba un
remedio que “era único en producir tantos milagros” tal como se observa en a
correspondencia del Decano de la Facultad de Medicina de París: Guy Patin, que
sometió doce veces a su esposa a diferentes flebotomías, a su hijo veinte y a
él mismo siete por una congestión nasal.
Sin embargo, a partir de este siglo también se comienza a dudar de la
efectividad de esta técnica, porque las enfermedades se comienzan a relacionar
con la química y no con la teoría de humores hipocrática y comienzan a surgir
las primeras críticas y desacuerdos respecto a la práctica de las flebotomías,
tanto a nivel científico con las voces de algunos farmacéuticos y médicos como
a nivel artístico con obras como las de Jean Baptiste Poquelin, mejor conocido
como Molière; en concreto estas obras fueron “El enfermo imaginario”(1673) y “El
médico a palos” (1666), donde ridiculizaba las prácticas anticuadas e
inútiles de los médicos de su época y se encargaba de criticarlos.
Todos los
tratamientos médicos de la época y de los dos siglos posteriores pasaron por
las sangrías, celebridades como Napoleón, que llegó a considerar la Medicina
como “una ciencia de vampiros”, Lord Byron o Mozart, que acabó por desarrollar
un shock en la etapa terminal de su enfermedad por culpa de las continuas
punciones y hemorragias, las sufrieron y miles de pacientes más, convencidos de
que sería la única manera de la que se podrían curar de sus patologías de una
forma satisfactoria. Durante el siglo XVIII se mantuvo e incluso se intensificó
por todo el mundo: Estados Unidos y el resto de América adoptaron esta técnica
e incluso la insertaron en sus facultades como una especialidad más dentro de
la profesión médica.
Durante principios del siglo XIX en Francia las
flebotomías continuaban siendo una práctica constante e incluso alcanzaron su
cima con el doctor Broussais, un veterano de las guerras napoleónicas, que con
su teoría de que todas las enfermedades eran manifestaciones de la inflamación
de los órganos, colocaba sanguijuelas en la parte del cuerpo inflamado y
recetaba sangrías a discreción, pero localizándolas localmente, es decir, si el
paciente tenía neumonía se le ordenaba la sangría únicamente en el tórax. Esta
técnica nueva de flebotomía, a través de sanguijuelas, provocó que en 1830 se
importaran más de 42 millones de sanguijuelas con fines médicos, un dato que
nos muestra el gran uso de esta técnica durante las primeras décadas del siglo
XIX.
Finalmente, la erradicación de esta práctica llegó cuando Louis Pasteur, en Francia, y Robert Koch, en Alemania, demostraron durante la segunda mitad del siglo XIX que la causa de las enfermedades no eran los humores hipocráticos sino los microbios. Luego en el siglo XX las flebotomías fueron progresivamente abandonadas y se reservó únicamente su utilización en el tratamiento de algunas enfermedades hematológicas. En la actualidad la práctica no convencional de la sangría se sigue utilizando actualmente en algunos países como Marruecos, Argelia y Oman. En abril de 2008, tres hospitales de Kashmir reportan el uso de sanguijuelas para realizar sangrías en pacientes con patologías cardíacas, artritis, gota, cefaleas crónicas y sinusitis pero su uso es puramente anecdótico en Occidente, tan solo ha quedado para la posterioridad el descubrimiento de la hirudina, el potente anticoagulante que las sanguijuelas tienen en su saliva y que es la clave de su capacidad de poder absorber sangre sin parar. Así fue como después de 25 siglos de duración, se abandonó un procedimiento que produjo más daños que beneficios y que precipitó la muerte de muchas más personas de las que pudo haber “salvado”.
En Madame Bovary, teniendo en cuenta que
fue escrita en la mitad del siglo XIX y que Charles Bovary es un médico rural
que trabaja en pequeñas poblaciones donde el avance científico tardó más en
llegar, es lógico y correcto que aparezca una flebotomía tan ricamente descrita
e ilustrada porque los avances en microbiología y los avances médicos no
llegaron hasta los finales del siglo. Además, los objetos con las que el médico
la realiza son las correspondientes a los instrumentos de cirugía de la época:
las lancetas, vendas y palanganas, eran elementos básicos en el instrumental de
un médico de esta época.
Relatos de Edgar Allan Poe.
Relatos
de Edgar Allan Poe:
“El rey Peste” es un relato en el que Poe
utiliza la peste, en concreto el impresionante brote producido entre Londres
entre los años 1347 y 1353 durante el reinado de Eduardo III, como escenario
idóneo para la descripción de un lugar fantasmagórico, en el que los
protagonistas (dos marineros borrachos,) entran a un lugar al cual estaba
prohibida la entrada por el riesgo de contagio. Cuando entran, mientras caminan
pisan calaveras y sienten como sus pies se hunden en la carne descompuesta de
los cadáveres, se encuentran con un extraño grupo de personas, infectados por
la enfermedad, que les persiguen bajo la orden del rey Peste I, señor de
aquellas tierras. Después, bajo los efluvios del alcohol, comienzan a hablar
con ellos y se dan cuenta que están en un lugar en el que no deberían estar, ya
que esas irreales personalidades intentan arrebatarles su salud y vida aunque
consiguen huir.
Seguidamente, encontramos “La máscara de la muerte roja”, en el que Poe también utiliza la
peste, pero no la negra, sino otra que parece de su invención y que tiene
como principales síntomas una increíble
explosión de sangre y un progreso imparable que acaba con la vida del afectado
en menos de media hora. Así los
refugiados del príncipe protagonista ven como la enfermedad llega en forma de
un disfraz calavérico sin cuerpo, invadiéndolo todo, acabando con la música y
la diversión en todas las salas en medio de explosiones de sangre y súbitas
caídas. A través de estos dos cuentos, El
rey peste y La máscara de la Muerte
Roja, observamos el claro interés que sentía el escritor por esta
enfermedad, su importancia histórica y la capacidad devastadora de sus síntomas
y contagio, los ideales para la invención de cuentos de terror.
Otra enfermedad que debió de fascinar a Allan Poe
fue la catalepsia porque se transformó en otro de sus temas recurrentes en sus
escritos, “El entierro prematuro” es
el mayor ejemplo. A través de la descripción de casos supuestamente reales,
incluso aparece una referencia a un artículo de una revista médica, el narrador
nos explica qué es esta enfermedad y cuáles son los problemas que trae el
padecerla. Los indicios de la misma también son descritos minuciosamente:
desaparición del pulso, rigidez del cuerpo entero, palidez cadavérica y plena
conciencia del afectado durante todo momento, cosa que nos hace pensar que
quizás se informó sobre la catalepsia a través de algún libro o profesional
sobre el tema aunque es casi imposible poder asegurarlo.. También aparecen los
médicos en este escrito a través de una de las costumbres más extendidas
durante el siglo XIX en las facultades médicas de Inglaterra: el robo de
cadáveres para el estudio. Finalmente, el cuento tiene un final con un cierto
tinte metafísico, con la aparición de algo parecido a una experiencia
ultraterrenal por parte del narrador que padece catalepsia. Aunque no se detiene
aquí, porque esta también aparece combinada con la epilepsia en “Berenice”, es la protagonista con el
mismo nombre la que sufre estas dos enfermedades que acaban por llevarle a la
tumba y ser despojada de sus dientes por parte del otro protagonista que también
padece un transtorno que no es descrito. Tan solo sabemos que la padece desde
pequeño y que probablemente se trate de una enfermedad mental porque es este el
que le empuja a cometer el acto de desenterrar a Berenice y quitarle su
dentadura, siendo inconsciente del
hecho. La enfermedad parece empujar a
los protagonistas a finales poco
deseados y experiencias desastrosas, situación que se repite en “El caso del señor Valdemar”, donde la
tuberculosis hace aparición como condición indispensable para que el
protagonista pueda hacer la prueba de realizar pruebas de hipnosis con una
persona al borde de la muerte, aunque también con pésimos resultados.
Los transtornos mentales también interesaron mucho
a Poe y aparecen en muchos relatos: “El
corazón delator” es un buen ejemplo, el asesino protagonista acaba
descubriendo su crimen por culpa del latido de un corazón muerto, uno que solo
está en su mente. Son indicios que nos recuerdan a la esquizofrenia, enfermedad
que algunos biográfos del autor dicen que tenía, e incluso el protagonista se
define a sí mismo como un loco. Igual que
en “El gato negro” donde
además de un claro transtorno mental del protagonista también aparecen dos
elementos a tener en cuenta: el alcohol y el opio. Las drogas que llevaron a Poe
a la muerte a través de un camino lento y sinuoso, son las mismas que empujan
al personaje a cometer actos terribles como matar a su esposa y esconderla
dentro de una pared. Personalidades transformadas, conductas violentas y
empujadas por un brote de locura que parece ser consecuencia de una enfermedad
anterior son temas que el autor repite constantemente, además de la muerte de
la mujer que aman de los personajes, situación análoga a la que le tocó vivir
cuando su esposa falleció por culpa de la tuberculosis.
Porque Edgar Allan Poe sufrió la enfermedad en sus
propias carnes a través de un estilo de vida que le llevó a la muerte, una vida
llena de penurias, dificultades económicas y constantes desengaños que le llevó
a acabar falleciendo en un acceso de delirium
tremens y con sífilis y con una mente llena de claros síntomas de un trastorno
bipolar que le llevaron a pronunciar frases como: “Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura”.
Aunque también sufrió la enfermedad alrededor suyo, con la muerte de su madre y de la mujer que más quiso por
culpa de ella. Poe quizás solo utilizó las patologías para dotar a sus obras de
un tono profundo y terrorífico, casi deformado, pero sin duda alguna, también
las utilizó porque se convirtieron en algo constante en su vida y una vía para
expresar la constante desilusión en la que su existencia se basaba.
Es por eso que tras la lectura de algunos de sus
cuentos podemos llegar a la conclusión de que, respecto a las enfermedades, Poe
siempre las utilizó como un elemento para hacer llegar el terror al corazón del
lector, como un medio para conseguir hacernos dar cuenta de una de las partes
más oscuras de la existencia humana: el momento en que la vida comienza a
deformarse y desaparecer entre síntomas, enterrada bajo un manto de
putrefacción y llevándose consigo a cualquiera que se ponga delante.